Por Carmen Pérez
Estamos todas bien (Salamandra Graphic, 2017) de Ana Penyas
[...] aquellas ejemplares Penélopes condenadas a coser, a callar y a esperar. Coser esperando que apareciera un novio llovido del cielo. Coser, luego, si había aparecido, para entretener la espera de la boda. [...] coser, por último, cuando ya había pasado de novio a marido, esperando con la más dulce sonrisa de disculpa para su tardanza la vuelta de él a casa.
- Carmen Martín Gaite
¿No son nuestras mayores seres extraordinarios? Mis dos abuelas vivieron la Guerra Civil: una como madre de tres criaturas y con la preocupación de no volver a ver a su marido con vida y otra, como niña, deseando volver a ver a su hermano mayor. Las yayas son mujeres que han vivido mucho, que saben mucho, pero que no siempre quieren hablar mucho. Esto lo sabe bien Ana Penyas y es por eso que en Estamos todas bien, entrevista a sus abuelas para contar sus historias, casi a modo de representación y homenaje a todas las abuelas de este país.
La autora intercala las historias de Maruja y de Herminia, realizando una revisión con sumo cariño de estas dos historias de vida. Por un lado, trata la juventud de estas mujeres. Ambas se criaron durante la dictadura franquista y tuvieron que adaptarse a las circunstancias de la época. Se tratan temas como el matrimonio, el sexo o el tener que mudarte de ciudad porque en la propia el cabeza de familia (el padre) no tiene trabajo. Por otro lado, se trata la vejez de estas mujeres y es precisamente aquí, donde más fuerza narrativa encontramos.
Ana Penyas hace que reflexionemos sobre el papel en el que quedan muchas veces relegadas esas mujeres de nuestras familias que un día lo dieron todo por nosotros, que nos enseñaron a ser quienes somos hoy. Muchas veces son percibidas como “inútiles”, bien porque están torpes, mayores, con tembleques o con problemas de movilidad, provocando que injustamente nos olvidemos de ellas. Este dolor que ellas pueden sufrir lo representa muy bien Maruja cuando dice: «Mi amiga Victoria nunca viene a verme porque se va con la vecina de abajo a jugar al parchís. Y otras dos amigas que tenía salen a andar y, como saben que yo no puedo andar mucho, pues no te pienses tú que dicen: “Vamos a llamar a Maruja”. No se acuerdan de cuando yo las llevaba en coche, no».
La nostalgia es uno de los conceptos que caracteriza a estos personajes, y es normal, tienen mucho tiempo a solas para pensar, pero la realidad es que no se permiten añorar en exceso. Esto se demuestra cuando Herminia dice: «Bueno, Herminia, no estés triste. ¡Vamos a cantar y nos aliviamos las penas! Yo sé esperar… como espera la noche a la luz, como esperan las flores a que el rocío las envuelva, yo sé esperar en el amor que es el vencer». La mayoría de las veces estas mujeres no son capaces de expresar su dolor a sus familiares porque entienden que su soledad es parte del ciclo vital, que los hijos y los nietos tienen derecho a vivir su vida igual que ellas han vivido ya la suya.
En definitiva, opino que la lectura de este cómic merece mucho la pena. No solo se cuenta una historia preciosa y tiene un dibujo original, sino que nos puede ayudar a reflexionar sobre el papel que toman nuestros mayores en nuestro día a día. ¿Les llamamos lo suficiente? ¿Sabemos realmente cómo están? Estas mismas preguntas se las podríamos hacer a nuestros alumnos, ya que creo que es una obra que podría tener una gran aceptación en el aula para tratar temas como el amor (no romántico), la soledad, la tristeza, la dictadura o la genealogía
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