Por Iván Díez
(He optado por hacer una autobibliografía propia, pero no solo de libros, sino de historias).
En mi casa siempre se ha leído. Incluso antes de que pudiese hacerlo por mí mismo, por lo que las historias siempre me han marcado y siempre han llenado mi vida desde bien pequeño. Al contrario de lo que suele suceder hoy en día con la inmensa mayoría de jóvenes, los libros fueron los que me adentraron por primera vez en otros mundos, cautivándome y haciéndome prisionero de sus páginas.
La lista de obras literarias que he leído a lo largo de mi vida es inmensa, por lo que me gustaría hacer un breve ejercicio para recapitular aquellas que más me han marcado. Sin embargo, a pesar de que los libros fueron el comienzo, si te has fijado bien en las palabras que he utilizado te habrás dado cuenta de que he utilizado explícitamente el término “historias”.
En efecto, no hay nada mejor en el mundo que una buena historia. Me da igual de donde proceda y del medio que se use para contarla. Por esto mismo, vamos a hacer un repaso por las historias que han marcado mi vida. Aun así, como he dicho que fueron en el comienzo (y, obviamente, como buen filólogo que soy), me vais a permitir que empiece con los libros.
Mis obras literarias favoritas siempre, de algún u otro modo, han estado relacionadas con la fantasía. No es de extrañar por ello que mencione algunas sagas un tanto típicas para los lectores de mi generación como lo son Kika Superbruja o cualquier libro de Gerónimo Stilton. No obstante, cuando me volví realmente “loco” fue cuando descubrí a Laura Gallego durante mis años en la ESO, pues Crónicas de la Torre y, sobre todo, Memorias de Idhún (probablemente la obra literaria que más me influyó el plantearme estudiar filología), me abrieron las puertas de la mejor narrativa fantástica juvenil posible. Cómo no, no puedo cerrar esta etapa sin dejar caer algún bestseller de esos que volvían locos a los adolescentes, y es que yo también fui uno de aquellos que “compitieron” en Los Juegos del Hambre.
Entré en la carrera y ya, siendo un poco más adulto, la literatura fantástica se amplió para mí y dio lugar al concepto de “narrativa de lo insólito”, la cual me llevó a conocer a Gabriel García Márquez, quien se ha convertido en mi autor favorito gracias al viaje que recorrí junto a él en sus Doce cuentos peregrinos (él viajó hacia Europa, yo hacia la finalización de mis estudios, pues mi TFG versó sobre esta obra) y junto a la novela de novelas con la que hemos jugado para ponerle título a este blog, Cien años de soledad. A pesar de mi predilección por él, sobra decir que muchísimos más autores me han cautivado durante mis estudios, pero tampoco quiero que hacer de esta práctica una pequeña tesis, por lo que me conformaré con mencionar brevemente a Calderón, a Larra, a Delibes y a Benedetti.
Si paso a hablar de historias cinematográficas, debo hablar inevitablemente de Million Dollar Baby, pues Clint Eastwood y Elizabeth Swann y la forma en la que tratan la eutanasia empatizaron conmigo en uno de los momentos más duros de mi vida (el reciente fallecimiento de mi abuelo tras mucho tiempo postrado en una cama). Mánchester frente al mar me enseñó que la vida a veces es más dura de lo que uno puede imaginar y que hay veces en las que simplemente no puedes salir adelante por más que quieras. Tampoco olvido la primera vez que vi llorar a mi padre con Tan fuerte, tan cerca…, pero tampoco la última que yo mismo lo hice con La La Land, y es que las historias sobre cosas que fueron alguna vez o que pudieron serlo también son uno de mis puntos débiles.
Por otra parte, no me puedo resistir, así que, a riesgo de que me llaméis friki, también voy a citar algunas narrativas de videojuegos que me han marcado profundamente. En primer lugar, las múltiples narrativas de Kingdom Hearts me impresionaron pese a su aparente simpleza, pero lo que me marcó de este famoso crossover entre Disney y Final Fantasy fue la importancia que le otorga al poder de la amistad (sí, también lloré con el reencuentro de Sora, Riku y Kairi, ¿vale?). El Profesor Layton me enseñó (además de también a valorar que quien tiene un amigo, tiene un tesoro) que soy capaz de resolver cualquier problema (o puzzle) que me pongan delante, pero también a comprender que los “futuros perdidos” no solo aparecen en el cine o en los libros. Por último, siempre he dicho que si entregaran Óscars o Nóbeles a un videojuego, esos irían, sin duda, para The Last of Us (I y II), pues nunca se recrearon tan bien las luces y sombras del ser humano en un juego de zombis donde lo que menos importan son precisamente los zombis.
Todavía me queda mucho que leer, muchas pelis que ver, mucho por jugar y, consecuentemente, mucho por vivir. Espero poder continuar nutriéndome de más historias que me doten de valores y vivencias que me ayuden a mejorar (o, al menos, a comprender mejor) la mía propia.
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